Aquella niña vacía, rondaba solitaria por la ciudad. Como de costumbre, con una libreta y un bolígrafo, donde narraba sus pequeñas y individuales aventuras. Sin nadie que la acompañara. Pero ella era feliz, a pesar de todo, tenía a su confidente cuaderno al cual le contaba sus secretos más confidenciales y boceteaba su vida imaginaría, con una sonrisa. Lo único capaz de llenar su solitaria vida eran las palabras.
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